Ébano
Hay hombres que afirman tener animales viviendo dentro de la cabeza, que —aseguran— escuchar el vuelo de un ave no los molesta pero el rugido del león los atemoriza; y mujeres que realizan acrobacias al bajar del autobús, con una criatura atada a la cintura, otra cogida de la mano, y una pesada tinaja sobre la cabeza; hay caravanas de personas y animales que se desplazan por un desierto de arena y fuego intentando encontrar agua y comida, y hora tras hora van cayendo, por orden, los cuerpos sin vida de las cabras, los niños, las mujeres, los hombres y sus camellos; hay risas escandalosas en cada saludo, y bailes improvisados y multitudinarios en mitad de la calle; hay niños que parten un caramelo en veinte diminutos trozos para compartirlo con los demás niños, y hay señores de la guerra que destruyen aldeas y roban a los pobres para quedarse con todo; hay polacos que recitan versos de poetas neorrománticos en bares de lugareños y parejas de turistas que no se mezclan con los locales; hay mujeres cuya única posesión en este mundo es una olla y que gritan desesperadas si se la quitan, y hay ladrones que mueren a manos de la gente del barrio; hay tribus que atacan y tribus que se vengan; hay todavía una huella imborrable de esclavitud impuesta por los europeos; hay vida terrenal y hay vida espiritual y ánimas y hechizos y males de ojo; y, sobre todo, hay un sol permanente, aterrador y asesino, y también hay, de vez en cuando, un gran mango de hojas verdes y frondosas bajo cuyas ramas los niños aprenden a deletrear, y a cuya fresca sombra se sientan los africanos a contarse historias durante horas.
Ébano es la perla negra que nos dejó Kapuściński, un libro que se lee con el corazón encogido y los ojos abiertos de pura sorpresa, con ganas de seguir leyendo y descubriendo, y de que no termine nunca.